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En la sombra de la abstracción: reconstruyendo la narrativa del arte abstracto

  • Julián Méndez y Sol Leguizamón
  • 8 may
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 9 may

De la mesa del comedor a las galerías: la rutina de un docente obsesivo y sus más de cuarenta años de obra inconclusa se exhiben por primera vez en Galería Towpyha para rescatar la fuerza revolucionaria del Grupo Joven

La radio está prendida al mínimo. A pesar del barullo intermitente, la imagen es silenciosa. Alfredo Carracedo dibuja con obsesiva minuciosidad. Es entrada la madrugada y sus hijos duermen. No trabaja en un taller, o más bien su taller consiste en una mesa de cocina sobre la que luego va a desayunar su familia, o un pequeño escritorio que al día siguiente por la tarde sus hijos usarán para hacer la tarea, o la mesa del comedor que los jueves por la noche funciona como lugar de reunión de conocidos y amigos. 


Elige papeles de tamaños reducidos para plasmar sus creaciones. Los arranca de cuadernos, o usa el revés de una fotocopia. No necesita grandes lienzos, ni materiales costosos. Trabaja con una lapicera, un lápiz, tinta. Pasa horas en silencio concentrado en el dibujo. Es una meditación. Todo gira en torno a las líneas, las figuras geométricas, lo esencial. Al día siguiente tiene que levantarse temprano para dar clases de arte, tarea que le apasiona y que mantiene su economía a flote. Sabe que va a dormir poco pero no le importa. 


Obras de Alfredo Carracedo en témpera sobre papel


Durante 40 años, en ese lapso de tiempo que va desde las diez de la noche hasta las tres de la mañana, Alfredo Carracedo se aboca al trabajo de obras inconclusas sin fines expositivos. No le interesa mostrar su obra, rechaza la crítica de arte, detesta el esnobismo, evita conocer a otros artistas, y a principios de los años 50 se declara autoexiliado del arte.


El resultado de este trabajo producido al margen del día y del mundo, fueron las más de 400 obras posteriormente guardadas en una bodega de la casa de su hijo en Turdera, provincia de Buenos Aires, durante unos veintitrés años. Hoy, más de cuatro décadas de pinturas y dibujos inéditos del artista, diseñador y docente Alfredo Carracedo (1927-2000), pueden visitarse en Galería Towpyha (Piedras 986), espacio de divulgación artística que abre su sede en San Telmo luego de 14 años en el barrio de Balvanera. 


Alfredo Carracedo bajo la mirada de Marcela Astudillo


“A los ochenta años un desprendimiento de retina —producto del esfuerzo ocular ejercido al realizar sus obras— interrumpe su producción”, cuenta a Ventoux Marcela Astudillo, historiadora del arte y curadora de la exhibición, acerca del último tiempo de vida del pintor. Los oyentes están absortos en el relato, una miríada de expresiones desconfiguradas por el dolor imaginario. Alfredo literalmente dejó el cuerpo en su obra, y no por masoquismo, sino por devoción a las formas y colores que componían su mundo. 


Su arte es perfecto, sí, pero también es juego, es posibilidad de experimentar, es ensayo y descarte. Ese es el verdadero espíritu de Grupo Joven, movimiento artístico argentino de vanguardia que se desarrolló entre los años 50 y los 70, y cuyo manifiesto nunca pasó a la historia. “Me gusta pensar que aún hay espacio para nuevos artistas en la historia del arte argentino. Que  la historia pasada no está cerrada, sino que está abierta para nuevas lecturas y miradas. Para  reinterpretar la modernidad”, señala Astudillo.


Manifiesto Grupo Joven


Hoy, en medio de una avalancha tecnológica que redefine nuestras formas de existir, un grupo de investigadores y curadores rescatan a un artista maravilloso ignorado por la academia y el canon. Así, nos invitan a preguntarnos: ¿Por qué hasta este momento Alfredo Carracedo y Grupo Joven nunca habían pasado a la historia?


Alfredo Carracedo nació en Buenos Aires en una época signada por el conflicto entre guerras y por una profunda crisis espiritual y metafísica en el ser humano. Un periodo bélico que puso en jaque la concepción de progreso occidental pero que, al mismo tiempo, inspiró y dio lugar a una generación de artistas sin precedentes en la historia. Como escribió el poeta alemán, Friedrich Hölderlin: “Cuando crece el peligro, también crece lo que salva”. Y de esta crisis emergió Carracedo. 


Fue precisamente en el impulso renovador de la posguerra donde encontró su cauce el imaginario artístico de Carracedo. La narrativa de la modernidad postulaba la llegada de un “hombre nuevo” posbélico, capaz de abordar la realidad con una mirada fresca y formas inéditas de expresión. Impulsados por esta visión de renovación, un grupo de alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón decidió abandonar las aulas oficiales para fundar el Grupo Joven en 1946. Entre los miembros fundadores se encontraban Domingo Di Stefano, Osvaldo Lucentini y Héctor Álvarez. A lo largo de los años, se unieron otros artistas, incluyendo a Diana Chalukian —la única mujer que fue parte del colectivo en su época fundacional—, Miguel Ángel Vidal, Pedro de Simone, Eduardo Mac Entyre, Rodolfo Bardi, José Arcuri, Augusto Cuberas, Leopoldo Torre Nilsson, Carlos Filevich y Celso Salgueiro. 


Alfredo Carracedo se unió al Grupo Joven en 1949 y, a diferencia de la mayoría de los integrantes, completó sus estudios en la Prilidiano Pueyrredón en 1952. No obstante, su marcada “ansiedad social” tal como la define la curadora lo impulsaba a rehuir las exhibiciones públicas y a mantenerse al margen de las reuniones y dinámicas sociales del colectivo.


De hecho, era tal el desconocimiento de su obra que Astudillo describe el trabajo de investigación como un proceso realizado a ciegas. Al respecto, cuenta: “Fui construyendo la investigación a partir del archivo personal y profesional del artista y entrevistas a su familia. Hablo de construir porque no había absolutamente nada: su vida creativa estaba fragmentada, difusa y escondida. Fue un proceso largo, asistido por Paula Castillo, y se basó en relatos orales de Pablo y Adriana Abarrategui, la consulta a archivos institucionales como el de La Salle y entrevistas a ex alumnos de Alfredo.


A partir de finales de los años 50, Carracedo expandió su horizonte hacia el diseño industrial, la joyería, la cerámica y la construcción de mobiliario en acrílico. De hecho, la única exposición que realizó en vida fue de cerámicas, y se tituló Cerámicas Arganat (1952), en el Salón Peuser. Paralelamente, incursionó en talleres de collage y tape art para murales, integrando sus intereses pedagógicos en proyectos DIY como muestrarios de alfombras que mostraban su compromiso con la utilidad y la difusión masiva de la abstracción.


Las obras de su etapa final generan un sentimiento de perfeccionismo que roza, por momentos, la obsesión. Tienen en sí la quietud y el silencio, son meditativas. En su mayoría consisten en composiciones geométricas de alta precisión: cuadrados, círculos y retículas trabajadas hasta el extremo, a veces con puntillismo o trazos de compás, reflejando un anhelo de línea perfecta.


Además de su trabajo como artista, Alfredo dedicó más de cuarenta años de su vida a la pedagogía y la enseñanza en diferentes escuelas, principalmente el Colegio La Salle. Su método para enseñar las artes plásticas fue innovador y siguió el mismo espíritu lúdico y experimental que había impulsado en Grupo Joven: renunció al “copismo” académico y trasladó al aula las consignas de punto, línea y color, planteando un recorrido pedagógico donde cada lección enlazaba contenidos de forma encadenada —primero el punto, después la línea, luego el espacio— y donde lo esencial era la observación antes que la imitación. 


Tarjetas con ejercicios para sus alumnos
Tarjetas con ejercicios para sus alumnos

Inspirado por sus propias necesidades como artista autodidacta, y movido por su amor a la enseñanza, diseñó ejercicios que podían realizarse con materiales sencillos (papel reciclado, biromes, cartulinas), fomentando la creatividad libre de patrones rígidos y demandas de “obra terminada”. Sus alumnos vivieron una experiencia formativa radical para la época, basada en el juego colectivo, la exploración de errores y la reflexión crítica sobre cada trazo.


Era inevitable que Pablo, su hijo, también se empapara de todo este conocimiento y del amor por el dibujo y la pintura. “En conversaciones con él me di cuenta del respeto, cariño y gratitud que  siente Pablo hacia Alfredo. Como padre fue calmo, paciente y sincero. No parece haber sido una  figura autoritaria para su familia, más bien les transmitió, con ejemplo y palabras, el amor que  sentía por el arte”, relata Astudillo. Incluso, en la actualidad Pablo está terminando algunas obras que Alfredo comenzó. “Le fascina la idea de compartir ese vínculo material y creativo con él”, agrega la curadora.


Grupo Joven: en defensa del arte


El colectivo Grupo Joven tenía como principal motivación enfrentarse a una academia que limitaba el arte a su angosta y testaruda mirada. Por eso, sus fundamentos artísticos promovían la experimentación con formas puras —punto, línea y color— y métodos lúdicos y colectivos de trabajo inspirados en la rutina semanal que llevaban a cabo en el taller de Brandsen. Cada sábado, a sala llena en el pequeño espacio de Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal, los miembros de Grupo Joven desplegaban las consignas de la semana: dibujar sin levantar la birome, explorando trazos continuos que surgían de manera espontánea para luego, con la misma sencillez, aplicar color en planos o trazar paralelas que dotaran de movimiento a la superficie. Estas prácticas —que podían realizarse sobre papel reciclado y sin necesidad de costosos materiales— encarnaban un lenguaje plástico novedoso y rebelde, en perfecta sintonía con la idea de un “hombre nuevo” posbélico que necesitaba formas inéditas de expresarse.


Esta exploración estética estuvo acompañada de numerosas publicaciones donde se rebelaban contra la chatura académica, la mediocridad de los Salones, los discursos oficiales y la torpeza de la crítica. A lo largo de su participación en el colectivo, Alfredo desarrolló una actividad creativa vasta. En 1955 firmó junto a Diana Chalukian y Víctor Magariños D. una carta titulada En defensa de las artes plásticas, y dos años más tarde, el manifiesto Grupo joven al cumplir X aniversario. 


Mientras tanto, los artistas abstractos eran sistemáticamente excluidos de Salones y becas, quedando despojados de cualquier ayuda financiera. Incluso, el entonces ministro de Educación, Oscar Ivanissevich, los calificó como “anormales estimulados por la cocaína, la marihuana, el alcohol y el esnobismo”.


Foto de la exhibición en Galería Towpyha (Piedras 986, San Telmo, Buenos Aires)
Foto de la exhibición en Galería Towpyha (Piedras 986, San Telmo, Buenos Aires)

El rechazo del Grupo Joven al Salón de Otoño de 1946 fue su gesto fundacional más contundente: al no seleccionar ninguna de sus obras, los jóvenes declararon que el jurado solo premiaba lo que “la crítica o la academia querían ver” y, en respuesta, organizaron una auténtica pegatinada sobre los muros del salón, pegando afiches con leyendas como “los viejos a dormir” y “que se acaben los acomodos” para denunciar la complicidad del sistema con los intereses de siempre. Aquella mañana, los visitantes encontraron la fachada empapelada con consignas que desbordaban la ironía y la rebeldía juvenil. 


La respuesta de las instituciones fue afirmar que no dejarían que la abstracción llegase a ningún lado. Pero, lejos de extinguirse, la llama del arte abstracto argentino se encendió aún con más fuerza: a partir de 1949, la revista Ver y Estimar empezó a defender públicamente el concretismo local, reconociendo a artistas abstractos tras su participación en el Salón Réalités Nouvelles de París en 1948. Ese mismo año el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires incorporó la Colección Dr. Ignacio Pirovano —curada por Tomás Maldonado y donada en 1981— que ponía el acento en la abstracción como herramienta para “reformular un país moderno”. 



Obra de Alfredo Carracedo
Obra de Alfredo Carracedo

El sentido del arte más allá de la exhibición


Luego de adentrarnos en la vida y obra de Alfredo y Grupo Joven, surge la pregunta: ¿hasta qué punto una obra de arte se presenta como tal si nunca es expuesta al público? 


Para Marcela Astudillo, el sentido de la existencia de una obra se lo da el artista. “Existe porque fue concebida para algo. Ese fin puede ser un ejercicio, un boceto, un juego. A veces se nos olvida que se puede crear por crear. También se nos olvida que el arte puede ser  lúdico. Las dimensiones mercantiles y expositivas de una obra no son las únicas existentes. El  arte puede ser una práctica poco seria. El arte puede ser intrascendente”.  


En el caso de Alfredo Carracedo, su producción nocturna no nació con la vocación de llenar salas o rendir cuentas al mercado: era un acto íntimo, una pulsión creativa que respondía a su ideal personal.


Aquellas pequeñas obras de papel siempre tuvieron un propósito interno, incluso cuando permanecieron inéditas. Hoy, al presentarlas, el trabajo de los curadores imprime un nuevo capítulo. Como concluye Astudillo: “Una cosa es el sentido original y otra el sentido contemporáneo. El sentido original lo da el autor. El nuevo sentido lo da el curador, pues lo enmarca en el presente y lo sumerge en una narrativa nueva. Lo que fue ya no es”.

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