Fisonomía del biógrafo
- Matías Yeatts
- 21 jul
- 3 Min. de lectura
Introducción a la sección Siluetas, que ensaya retratos biográficos breves y afectivos a partir de autores olvidados o marginales
Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos
que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja
evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la
inocente voluntad de toda biografía.
Borges, Evaristo Carriego: 14
Nuestros primeros próceres fueron biógrafos de proceder épico y moralista.
No ignoraron que la biografía era una práctica retórica o, en última instancia, una narración didáctica. Sarmiento hizo de Quiroga un caudillo temerario, pero también un eximio pedagogo, quien −¡ay, la vocación del docente!− sacudiendo el polvo de su poncho y limpiando sus carnes de larvas se levantaría a explicarnos el mal secreto que sacudía a nuestra ¿noble? patria….

Más tarde, habiendo depurado el heroísmo más no la moral, el género −a partir, y qué partida, de Borges− tendió al detalle arbitrario y a la celebración de la ignominia. La primera reducía “la vida de un hombre a dos o tres escenas” en las que el protagonista se decidía, a veces con más duda que tenacidad, por un destino unánime. La elección compone una pérdida más que una ganancia. Entonces, la biografía no es solo el relato de una vida, sino la intriga de todas las que no fueron (y podrían haber sido). Seguro que la imagen de Evaristo Carriego perduraría aún más hoy si se hubiera decidido por la vida otra: la heroica, la violenta, la de puñales y duelos. La segunda predisposición hizo gala de la perfidia y el decadentismo de sus héroes. Los raros de Rubén Darío es fundadora de una progenie, de la cual se desprende La sinagoga de los iconoclastas, del bizarro J.R. Wilcock. De la conjunción de ambas operaciones −la reducción trágica y la fascinación infame− brotó, con alegre desfachatez, esa criatura de múltiples cabezas que es Historia Universal de la Infamia de Borges, quien ya había puesto en práctica el experimento de la reducción en las “Biografías sintéticas” (donde aparecían personajes como Edgar Lee Masters, Virginia Woolf, James Joyce o Edgar Dunsany).

Es cierto que cada escritor crea sus precursores. Esa influencia regresiva puede tener consecuencias estrepitosas: volver a Sarmiento después del Borges paternal reviste a la pampa de pistoleros y cowboys, fecunda sus suelos de oro y plata, puebla su extensión de tabernas de impostergables dramas; un escenario donde los caudillos −por más temerarios o laureados− se miden frente a forajidos como Bill Harrigan (Billy The Kid) o Lazarus Morell.
Asimismo, el escritor −cuanto más fecundo− contagia otras voces, a menudo contumaces. Los ejercicios reductivos y la pericia del estilo de Historia universal de la infamia, Evaristo Carriego y “Biografías sintéticas”, proliferan en Siluetas (1992), de Luis Chitarroni.

Destilación salvaje donde la herencia no es imitación sino novedad de sustancia, los “ejercicios” biográficos de Siluetas insisten en la síntesis y en la elección afectiva de los biografiados. El elenco que allí se reúne fue caprichosamente, o necesariamente, olvidado por el mercado, o la crítica, que es lo mismo. Chitarroni salvavidas, con devoción de admirador e inocencia de biógrafo, ha dejado cuarenta siluetas donde la biografía es un pretexto para infiltrar de ficción las vidas de los biografiados mientras que, como deja constatado, “su propia vida se confunde con la de otros”. Las figuras se daban cita mensualmente en el espacio que la revista Babel (1986) libraba a su hospedaje.
Thomas Stearn Eliot, en su plenitud, dictaminó que ningún escritor posee la totalidad de su propio significado. En tiempos en que las biografías han sido captadas masivamente por el cine, es necesario hacer de ellas más un ejercicio que un oficio. No pretendo que estas pequeñas “biografías”, que titulé Facciones, sean una repetición de las precursoras.
En esta primera serie, me permito un pequeño homenaje, que no está exento de sus juegos -seudónimos, anagramas, citas apócrifas-, al autor de Siluetas, ensayando una silueta propia sobre él.


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