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El feminismo sigiloso

  • Victoria Verone
  • 30 abr
  • 4 Min. de lectura
En tiempos de retroceso y conservadurismo, el feminismo no desaparece: cambia de forma, repliega su voz y siembra en silencio nuevas formas de resistencia

Kees van Dongen - La Quiétude/Serenity
Kees van Dongen - La Quiétude/Serenity

“Nos sacaron tanto, que nos sacaron hasta el miedo.” Durante los años más intensos del feminismo argentino reciente, esa frase no era solo un lema, era una declaración de época. Entre 2017 y 2020, las calles vibraban con la fuerza de Ni Una Menos, el debate parlamentario por la legalización del aborto, los escraches en redes sociales y una generación entera que se nombraba feminista sin pedir permiso. Fue, quizás, el momento más masivo, político y simbólicamente poderoso del feminismo en el último siglo en Argentina. 


Ser feminista en ese entonces no solo era desafiante, sino que incluso era cool. No hacerlo implicaba quedar del lado de los tibios, los fachos, los cómplices. La palabra "deconstruido" era moneda corriente y el pañuelo que tenías colgado en la cartera te hacía sentir parte de algo grande. 


Foto por Máximo Bonora
Foto por Máximo Bonora

Pero siempre que una ola llega al punto máximo que la fuerza de la corriente le permite alcanzar en la arena, llega inevitablemente el retroceso. Este retroceso nos baña de algo que en 2018 nos jactamos de no tener: el miedo.  Es bastante claro que el mundo jamás fue feminista, pero el miedo resurge cuando el mundo se planta en el lugar del antifeminismo. 


Apenas unos años después, ser feminista ya no tiene el aura de “buena prensa” que tuvo. El clima social mutó. El mundo se tiñe de conservadurismo, y el horizonte de progresismo parece estar cada vez más lejos. Hoy en día, las políticas de género están siendo puestas en duda. Ya no escucho a las mujeres nombrarse feministas con el mismo orgullo, el termino feminista pasa a ser un insulto y la mirada hacia quien marcha hoy no es de respeto, sino de desprecio. 


Entonces, vale preguntarse: ¿qué pasó con esa imagen de la mujer empoderada, la que desafiaba normas, la que salía a la calle sin miedo? ¿Dónde quedó la feminista guerrera que, si no te corrías, te pasaba por arriba? 


Foto de la colección Vejez (décadas de 1970-1990) de Paz Errázuriz
Foto de la colección Vejez (décadas de 1970-1990) de Paz Errázuriz

El feminismo, como sujeto de la escena política argentina, entra en una etapa de sigilo. No cambia de lucha, no transforma sus ideales, pero en su estrategia para sobrevivir adapta su discurso para insertarse en una sociedad que lo asfixia y abandona. 


En un mundo que plantea que las feministas son violentas y buscan únicamente sus propios intereses (algo que parece ser problema solo cuando lo hace una mujer), el feminismo busca escabullirse entre políticas y discursos, para alimentar el fuego que, aunque hoy parezca bajo, sigue vivo. Y con cuidado, sigue creciendo. Por un lado, transforma su lenguaje; por otro, deja la confrontación directa y construye nuevas posibilidades para que la lucha crezca. 


Desde hace años, el feminismo persigue una agenda de cuidados que, en este momento político, cobra relevancia fundamental. Desde textos como Una habitación propia de Virginia Woolf, se establece que para que una mujer pueda pensar, debatir, escribir, realizarse, debe tener su autonomía económica. 


Hoy, de 50 políticas de cuidado existentes previas al nuevo gobierno, solo quedan vigentes 5, según el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). El 90% fue recortado, desmantelado, derogado o está en riesgo. Si la mujer no tiene tiempo, es imposible para ella protestar, estudiar o luchar. Las estrategias del conservadurismo van más allá de una enemistad cultural: le arrancan a la mujer el tiempo mismo para preocuparse por algo más que las tareas de cuidado. 


El feminismo, de manera inteligente, da nueva luz a una lucha histórica. “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, decía un lema clásico del movimiento. Me animo a ir más allá: eso que llaman amor es control social. Lo que el Estado deja a cargo de las familias es menos tiempo para cuestionarse, menos tiempo para pensar, menos tiempo para luchar. El feminismo mantiene esta agenda, primero porque es unificadora y no confronta directamente con la polarización política que caracteriza este momento. Pero también porque es imposible ir a una marcha si nadie cuida a tus hijos. Y peor aún si salís en las noticias demonizada como “mala madre” por llevarlos con vos. 


De la serie “Memorias del pasado” — fotografía de Romina Ressia
De la serie “Memorias del pasado” — fotografía de Romina Ressia

El feminismo vuelve a concentrarse en su centro: crear las oportunidades para que la lucha crezca y se reproduzca. Esta narrativa retraída, más silenciosa, deja un lugar abierto en la esfera pública: el de la calle. La marcha antifascista, antirracista y LGBTQ+ del 1 de febrero mostró un nuevo actor que toma ese lugar. La comunidad LGBTQ+, antes en el margen, toma el rol del feminismo como caballo de batalla contra el fascismo. 


El mundo político está plagado de lugares, discursos y estrategias. Es fundamental entender cuál ocupar en cada momento. El feminismo entendió algo clave: cuando la confrontación directa no suma, hay que moverse distinto. Ya no grita desde el centro, pero tampoco se retira. Cambia de piel. Se vuelve sigiloso, estratégico, adaptativo. Elige sus batallas con cuidado. No por miedo, sino por inteligencia política. No porque haya resignado su fuerza, sino porque leer el contexto también es una forma de resistencia. 


El cambio en el feminismo no es sustancial, es narrativo. Hoy, quienes más se benefician de un feminismo confrontativo son quienes lo odian. Entonces, inteligentemente, el feminismo cambia las palabras que usa, prioriza agendas que unifican y se oculta del ojo público sin abandonar su poder desafiante. La narrativa del feminismo cuenta hoy otra historia. Porque en un momento en que marchar por la calle es peligroso, y decir que sos feminista puede ganarte más enemigos que aliados, la lucha se traslada. Se asegura de continuar más allá. 


En un contexto cada vez más hostil con los discursos de derechos, hay que repensar cómo seguir avanzando sin quedar atrapadas en la nostalgia de las mareas verdes. El feminismo ya no necesita estar de moda. Necesita ser efectivo. Porque las desigualdades siguen ahí. Se reconfiguran, se maquillan, se adaptan. Y nosotras también. 


Así que no confundamos el susurro con la rendición. El feminismo no se quedó sin voz: solo que no está gritando. Está entre los susurros de una sociedad que quiere amordazarlo. Está curando sus heridas, repensando sus estrategias, creando nuevas posibilidades de lucha. Está buscando fisuras en los muros antes de que sean sólidos. Y eso, también, es revolución.

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