La gente chic fuma
- Ignacio Barragan
- 9 oct
- 5 Min. de lectura
En septiembre, la editorial Siglo XXI publicó Un diario para el pueblo, de Juan Buonuome, y Encontrémonos en Buenos Aires, de Marlene Hobsbawm, dos libros que dialogan sobre una Buenos Aires donde la bohemia de izquierda y la elegancia burguesa compartían cafés, ideas y estilo

Los hombres de traje miran a la cámara. Algunos, no todos. Parece como si los hubieran agarrado desprevenidos. Como si, en el ir y venir del traqueteo de la máquina de escribir, con el palpitar de los papeles de diario, hubiese aparecido un fotógrafo a molestar e inmortalizar ese momento laboral de incertidumbre. Es la redacción de La Vanguardia de 1912, el periódico socialista más importante de la historia argentina. La imagen tiene un aura particular: una combinación de estéticas que desencadena un entramado de nuevos sentidos. En principio, parecen un club social: un conjunto de hombres, más o menos distinguidos, que se reúnen para debatir ideas y pasar el rato entre colegas. Sus trajes, corbatas, zapatos, moños y bigotes puntiagudos a lo Dalí denotan un posicionamiento social y, a la vez, un alineamiento con la moda. Sostienen diarios, plumas e incluso hay uno que está absorto en la lectura de un periódico. Hay otro que sigue escribiendo impávido ante el flash de la cámara: ¿performance o realidad? ¿En qué están pensando? ¿Qué piensa alguien cuando se le está por tomar una foto? Se los ve bastante orgullosos entre ellos. Sin embargo, hay algo en la fotografía que se distingue del resto, algo que da contexto y lugar. Es el cuadro de una fotografía de Karl Marx que cuelga sobre ellos. Como si fuese la cruz que corona un altar, la efigie del filósofo alemán está en lo alto y lo observa todo. Esta combinación de moda burguesa y cultura de izquierda es lo que distingue la imagen. Estos periodistas socialistas que aparecen entre las páginas del libro Un diario para el pueblo representan un campo social abierto a interpretaciones poco frecuentes.
En línea con estas ideas de clase media e izquierda, o de cultura y socialismo, la editorial Siglo XXI publicó en septiembre dos novedades que abordan estos cruces en la historia social. Por un lado está Un diario para el pueblo. Periodismo de izquierda en la historia argentina de Juan Buonuome, un ensayo sobre la trayectoria del periódico La Vanguardia y sus avatares en la prensa de la primera mitad del siglo XX. Y por el otro, Encontrémonos en Buenos Aires. Memorias de una vida compartida, de Marlene Hobsbawm, la autobiografía de la esposa del gran historiador inglés, conocido además por ser un ferviente comunista. Ambos libros hablan sobre la intersección entre la vida cotidiana y la cultura de izquierda, sobre cómo se puede tener un traje hecho a medida por el mejor sastre del barrio mientras se lee El capital en una mesita de café a la vera de la calle.

Lejos de la simplificación que llegó a nuestros días a través de las redes sociales, por la cual un simpatizante de izquierda no podría tener un iPhone, ya que eso, se supone, implicaría una contradicción, un conflicto de valores. A lo largo del siglo XX, una serie de continuidades y rupturas dio lugar a la asimilación de la vida burguesa por parte de los camaradas y, viceversa, a la progresiva adaptación de las ideas de izquierda por las clases medias. No eran mundos que se repelían del todo, sino que un poco se complementaban. Entre diversas miradas de la realidad, se iba a sacar lo mejor de cada una. Si bien siempre hubo una lucha inherente, encarnada sobre todo en la Guerra Fría, no es desestimable el entramado entre la cultura de masas y la izquierda. Amplios sectores de la sociedad no veían una contradicción entre el consumo —a veces ostentoso— de bienes materiales y la solidaridad con los sectores vulnerables. La humanidad, por un buen tiempo, intentó encontrar una síntesis entre lo que son las ideas de izquierda y la libertad que pregona el capitalismo. No lo logró, en absoluto, y, de hecho, hoy, estos dos ideogramas están cada vez más alejados. Sin embargo, en el medio quedó la idea de que se puede construir un mundo mejor.
En el libro de Buonuome hay una publicidad de cigarrillos en La Vanguardia del año 1915 que va de la mano de lo que se quiere ilustrar: esta idea de una convivencia entre la vida cotidiana y la cultura de izquierda, exenta de conflictos, donde ambas viven en armonía. En ella se ve a un hombre con smoking sentado en posición de avistaje; lleva un cigarrillo encendido. Debajo se lee: “La gente chic fuma REINA VICTORIA” y una dirección en Buenos Aires. Es una publicidad que se anuncia a través de un período socialista, donde no solo se aspira a la elegancia de la élite, sino que además se emplean palabras que evocan positivamente la realeza. Esta era la síntesis a la que aspiraban las clases medias, según cierta óptica histórica: poder consumir objetos considerados de las clases altas sin olvidarse de su condición de obreros. Salir del barrio en el que se nació sin olvidarlo.
Publicidad de cigarrillos de Reina Victoria del 1915
Las memorias de Marlene Hobsbawm van en esta dirección, pero en otros momentos y latitudes. Este bello testimonio es la demostración cabal de la convivencia pacífica entre las ideas de izquierda y una vida burguesa en el norte de Londres. En el libro podemos asistir a las finas veladas en la casa de los Hobsbawm, donde no solo se hablaba de política y revolución, sino que también se podía degustar un menú de por lo menos tres pasos, con tabla de quesos, después del postre. O a sus aventuras académicas por Latinoamérica y los pueblos subdesarrollados que buscaban sacarse de encima los últimos vestigios del colonialismo. Son dos movimientos históricos que se atraen y que no se repelen. Es satisfacer la sed de justicia dentro de las mínimas posibilidades que tiene el ciudadano común.

En la autobiografía de Mario Bunge, que no por nada se llama Entre dos mundos, nuestro gran filósofo de la ciencia cuenta una anécdota de su padre, Augusto Bunge, médico, traductor, periodista y un prominente diputado nacional del Partido Socialista con cinco mandatos entre 1916 y 1936. Resulta que a principios del siglo XX los Bunge eran una familia tradicional y patricia que tenía contactos con la élite argentina, y Augusto poseía cierta característica de clase por la cual era un gran aficionado a las camisas de seda y bastones sofisticados. Un día su padre Octavio le reprochó esta teórica contradicción entre ideología socialista y gustos refinados, a lo que él contestó: “Los socialistas aspiramos a que cualquier obrero pueda vestir camisas de seda y pasearse con bombín y bastón”. La búsqueda de un mundo más justo no necesariamente se hace a base de harapos; también están los suaves contornos de la seda. Aquella en la que todo ser humano eventualmente debería reposar.








Comentarios